No os preocupéis por mi.
Desde donde os escribo estoy bien protegido.
Ningún miembro poderoso, de ningún jurado, podrá tomar ninguna respuesta que me perjudique.
Soy inmune a la crítica.
Tampoco tengo interés en trabajar demasiado.
Nadie lo creerá, hago concursos por placer.
Me sirven para pensar.
Es increíble el tamaño de los errores que cometen algunas personas.
Son figuras que llegan a ser respetadas, nadie sabe por qué.
Cuando uno mira atrás, descubre una serie de despropósitos realizados a loor de la calidad de los participantes, que nos obligan a decir basta.
Fin.
No se puede seguir eternamente bailando el agua a personas que desde hace tanto tiempo hacen y deshacen, ponen y quitan, premian y des-premian.
Sí,
Tuvimos miedo.
Sí,
Quisimos ser reconocidos, publicados, aplaudidos.
Sí,
Pero,
No.
Uno de los ejemplos más duros de este comportamiento, es el que dio como resultado el proyecto y la posterior obra a medio hacer de la Ciudad de la Cultura de Galicia.
Ahora estoy aquí.
Os escribo desde esta bella ciudad, extraordinaria en su centro, lluviosa y, final de un camino importante:
Santiago de Compostela.
Escribo para tratar de explicar mi sensación ante una fugaz visita a este desaguisado.
Es necesario hablar un poco de este concurso y esta obra.
La razón es muy simple, debería haber sido importante. Era una auténtica oportunidad, pero como en otros casos, demasiados, se primaron valores que en este caso llegaron al paroxismo.
No vamos a comparar esta obra con las burradas de promotores sin pudor, ni con los dispendios de arquitectos de éxito, vamos a llamar político-comercial, como los que nos brindó Calatrava.
Tampoco con el empeoramiento por crecimiento desmesurado de magníficos estudios de arquitectura.
Este caso es distinto, más delicado, porque aquí estamos discutiendo sobre algo que afectó a las creencias de los jóvenes estudiantes, igual que ocurrió en Córdoba con el disparate desproporcionado que afortunadamente no se construyó y que dio el premio entonces, a un Koolhaas ya fuera de control, o en el concurso de la ampliación del Museo Reina Sofía en Madrid cuyo resultado fue el peor Nouvel, terminando con el concurso de la ampliación del Museo del Prado, de final previsible, todos ellos restringidos.
¿Y restringidos para qué?
¿Por la calidad de la propuesta ganadora?
Y es que, por lo que estos y otros que no recuerdo o no quiero recordar, son fallos graves, es sin duda por sus consecuencias, no sólo su resultado, sobre todo por su mala influencia en la enseñanza de la arquitectura.
No olvidemos que hablamos de arquitectura que debiera haberse tratado con mayúsculas, llevada sin embargo en alguno de estos casos al territorio de lo pantagruélico.
Por centrarme en Santiago, el jurado estaba seguro de lo que quería que ocurriera y ocurrió.
Sí,
Sí,
Ya sé,
La famosa obra paramétrica, territorial, de maqueta cara, la topografía prolongación del suelo convertido en techo, la geometría de desplazamientos, la línea inclinada por el orden abstracto de alguna mente demasiado valorada.
Demasiado.
Para llevar a cabo a conciencia este pan-proyecto, infinitas piedras alicatadas se sienten hoy allí incómodas, en posiciones inestables, y aquellos pocos que pasan sus horas de trabajo u ocio por aquel lugar, miran con miedo el gran agujero que aún espera la monumental masa de dinero que será necesario lanzar sobre él para continuar algo que ya no tiene medida en relación al paisaje en el que se encuentra.
Dejé este lugar, de noche, con la sensación de haber visitado un paraje que bien pudiera servir para representar una ópera sobre un Dante actual.
Un infierno.
Un sufrimiento innecesario.
Un dolor por el dinero tirado.
Hay que reaccionar.
Hay que cambiar el sistema.
No trato tanto de crear mal clima hacia las decisiones tomadas, ni hacia quienes lo hicieron, como de alterar el futuro.
Hay que modificar los hábitos y lo más importante, hay que jugar limpio.
No podemos seguir por este camino.
Más concursos abiertos.
Menos dinero en juego.
Y jurado único, sin tantos que no cuentan para nada, ni saben leer un plano.
¡Fuera renders,
más secciones!
Y lo vamos a conseguir, porque es más justo.
Juan Ignacio Mera