Uno de los campos a los que el arquitecto como profesional liberal se siente íntimamente unido es al Concurso de Arquitectura.
Es el «Concurso de Arquitectura» algo más que una forma de obtener trabajo.
Se trata de una actividad íntimamente unida a nuestro ADN, ya que la mayoría de las veces ni siquiera se interviene en ellos para ganar, en realidad se hace simplemente por participar, es más, casi siempre se trata de un juego, donde lo que realmente importa es pensar.
Este método ha dado en el pasado ilustres soluciones.
De todos son conocidos aquellos que produjeron un gran debate e incluso aquellos que aunque no se construyeron pasaron a formar parte de nuestra memoria y de la enseñanza en las universidades.
No hace falta citar muchos, sólo recordemos el mítico resultado de la Ópera de Sidney o el conocido Chicago Tribune más mental que real.
No significa esto que este sistema no deba ser también un bonito modo de conseguir trabajos importantes, aunque todos seamos conscientes de que es vital para subsistir recibir encargos habitualmente, unas veces de la familia, otras de los amigos y por supuesto también en alguna ocasión, menos de las querríamos, de alguien conocido por el sobrenombre de CLIENTE.
El Concurso de Arquitectura es un hecho social, una oportunidad para el pensamiento colectivo y para el aprendizaje. Es decir, todo un acontecimiento que exige sobre todo de limpieza. Enriquece incluso cuando, en tertulias y cenas, se habla sobre tal o cual solución, bien o mal.
En ese sentido es tan importante como el deporte.
Y por eso, en el honrado mundo deportivo, el doping es tan deleznable.
Permitidme una reflexión.
En el encuentro del más caro y exigente fútbol de masas, donde se suman cantidades astronómicas, todo se confía a una persona: EL ÁRBITRO.
Bueno, al Colegiado, como le llaman y a la presencia directa del público, ya que eso en principio evita la trampa o al menos queda patente.
Por todo esto y por muchos motivos más, sí conviene decir que esta práctica, la del concurso de arquitectura, es buena para las ciudades y para sus habitantes.
La cuestión clave de un concurso no es tanto si el jurado acierta o no, de hecho sus resultados se llaman FALLOS, eso depende de quién sea el responsable de tomar la decisión, de su conocimiento y su olfato, lo realmente importante es su honradez.
Desde hace ya mucho tiempo, precisamente porque se perdió la fe en los jurados de pocos miembros, se fue agrandando el número de personas en la idea de que de esa forma se obtendrían resultados más justos y más acertados.
Esto ha llegado al paroxismo del voto popular, con la juerga final X&Y al ganador y que estoy seguro va a desaparecer o al menos el Colegio de Arquitectos pronto deberá poner las cartas sobre la mesa y negarse a participar en esa vergonzosa obsesión.
Este asunto, debido a la picaresca española realmente asombrosa, ha llevado a la formación incluso de empresas que se ocupan de obtener buenos resultados en número de votos, igual que existen academias para resolver los fines de carrera en la Universidad por una cantidad concreta.
Por fin hemos llegado al final del camino.
Hemos tocado el fondo del pozo, ya que unos por otros hemos conseguido por fin que el jurado se desentienda de su responsabilidad y también de ningún conocimiento.
«Yo quise pero los demás no me dejaron«… Se oye habitualmente y seguro que es verdad.
Ahora además, en el caso del jurado popular, hemos obtenido una institución a la que llamaré PONCIO PILATOS, la cual se lavará las manos de todo resultado y, cuando el proyecto sea un espanto,, la responsabilidad será de la famosa ciudadanía.
Imaginemos por un momento un jurado popular de votación abierta en internet, para decidir una sentencia judicial discutible o de una operación complicada a vida o muerte.
XY, XY…
Es por esto que antes o después tendremos que volver a la sensatez, para recuperar lo que siempre fue la resolución de un jurado y aquí va la proposición.
¿Cuantás miembros debe tener?
Pocos, muy pocos, con figuras de prestigio y también por pedir, sin compromisos ni información privilegiada.
Y ¿por qué de pocos miembros?
Muy sencillo.
Porque es más importante el jurado, incluso que el concursante, ya que al final es necesario elegir bien.
Y el concursante es uno.
Así que por qué no, ¿sólo UNO?
Uno a uno.
UNO que sepa de arquitectura.
Porque es curioso, pero hay que saber, hay que conocer el problema y para saber, hay que estudiar.
ESTUDIAR.
Sí.
Porque cuando se termina la carrera si alguien quiere tener criterio tiene que seguir haciéndolo.
Imaginen un tenista de élite, que a los 25 años termina su carrera y deja de practicar.
¿Cuánto le durará la forma?
Al poco tiempo no sabrá ni coger la raqueta.
Estudiar.
Estudiar.
Y es entonces cuando aparece la figura de arquitecto de prestigio, es decir alguien siempre un poco envidiado, alguien a quien se le tiene cierta manía.
Así que, como en el futuro que nos espera, debería haber muchos concursos pequeños, entonces digo: ni de prestigio o de prestigio pero eso sí, por favor, inocente.
Es decir una mano de verdad limpia donde prime lo más importante:
LA VERDAD,
Aunque se equivoque honradamente.
Juan Ignacio Mera