¿Que entendemos por cotidiano?
Loos habló y escribió: «Durante 26 años he sentido que, con la evolución de la humanidad, el ornamento desaparecerá de los objetos de uso, esta evolución es tan continua y natural como la desaparición de la vocal final de una sílaba en el lenguaje hablado.» Con estas palabras quiso enlazar con la cultura tradicional austríaca, cuando aparenta romper con la historia y buscar la abstracción.
Dignificar el valor de los objetos de uso cotidiano. “Mirad la silla Thonet. Esta, que en el modo de entender su función representa el espíritu de una época enemiga del ornamento. ¿No ha nacido de la misma sensibilidad de la que surgió la silla griega, con las patas y el respaldo curvos? Mirad la bicicleta. ¿No corre por sus formas el espíritu de la Atenas de Pericles?»
Loos abrió la modernidad con su Villa Steiner. Sin embargo atónitos ante su fría fachada al jardín sorprende al observar el interior de la casa, y descubrir un paisaje muy propio de la decoración tradicional. Durante mucho tiempo, se pensó en esta, como en una arquitectura que por pionera, paga el precio de la falta de claridad. El espacio proyectado no resulta moderno. Un Estilo Internacional aparente, en sus exteriores, convive con ambientes del pasado. La respuesta, parece estar en la imposibilidad de vislumbrar la nueva arquitectura que se avecina. Las habitaciones, muestran una ambiente romántico, más propio del muy próximo siglo XIX que encaja mal con la potencia y el atrevimiento de sus exteriores.
¿Cómo es posible, que alguien tan radical en la presencia hacia la ciudad, se intimide ante un sencillo propietario en la aplicación de sus gustos? No parece entendible, que Loos prácticamente en todas sus obras sufriese un conflicto con las instituciones locales por el extremismo de sus propuestas, en el campo de la austeridad ofensiva, como eran consideradas y que sin embargo fuera víctima de un síndrome de Estocolmo con sus clientes en la decoración y acabado de los interiores. La villa Steiner es un ejemplo emblemático de esta aparente contradicción. Todo lo que en su exterior es puritanismo clásico y apariencia de frialdad por la ausencia del adorno y la composición, se convierte en los interiores en amor por la tradición y el confort del noble, o el burgués, donde el universo que rodea al usuario en algunos casos roza lo suntuoso.
Aquí comienza la aventura a la que Adolf Loos nos arrastra por un camino desconocido, donde las cosas no son siempre lo que parecen, donde el arquitecto quizá esté disfrutando secretamente con la perplejidad del espectador. Loos trabaja con los materiales que tiene a su alcance. En cada proyecto nos impone una decisión aleccionadora. El material es valioso, en sí mismo, pero sólo uno es el adecuado para cada caso. “No existe el progreso en las cosas ya resueltas. Durante siglos permanecen con la misma forma hasta que gracias a una forma nueva de civilización las transforma fundamentalmente”. Es muy conocida la convivencia de aspectos opuestos en su arquitectura. Sin embargo se abre un aspecto nuevo, más sutil y difícil. Cómo coexisten lo radical y lo habitual, lo extremo y lo tranquilo, lo cargado de ardiente interés y lo aparentemente trivial. En otra de sus casas, la Villa Müller es quizá el primer ejemplo de esta actitud insólita en el arte de hacer proyectos.
La convivencia de dos posiciones, no extremas de poder a poder, sino más cercanas a lo vital. En la realidad se da lo extremado e inflexible, pero también lo moderado y habitual. Frente a la composición geométrica exacta, que persigue un mundo intelectual, vive lo necesario, resuelto desde una aparente casualidad. En la Villa Müller, se reúnen ambas posiciones. La nobleza del geómetra y la solución directa que se esconde en la vida corriente. Las leyes aristocráticas de la composición, el equilibrio de las formas y las proporciones, se deshacen en soluciones de una provocativa trivialidad. La vista desde el jardín es tal vez uno de los ejemplos mejores de la expresión de la cotidianidad.
En sus escritos Loos distinguirá entre los objetos de corta y larga duración. En los primeros admitirá una cierta decoración, en el sentido de decoro, no así en aquellos que están obligados a perdurar. Esta cuestión, tendría más que ver con la ética que con la estética. Los objetos, únicamente deben tener lo inmediatamente necesario. Ahora bien tal vez la Villa Müller el gran ejemplo de lo aquí en este breve escrito quisiera esbozar. La fachada necesaria. En su visión menos conocida, la emblemática Villa Müller, presenta el aspecto de una fortaleza inexpugnable. Huecos pequeños y desordenados recorren sus fachadas despreocupados por la composición exterior. Sólo es importante su tamaño y colocación en relación con las necesidades internas de sus habitaciones. La silueta del edificio, no tiene inconveniente en escalonarse produciendo una cornisa partida. Por encima de las ventanas un inmenso y enigmático lienzo ciego, parece esconder estancias sin luz . Simulan haber resbalado hacia el suelo, todos los huecos de la fachada, convirtiendo el muro en un lienzo abstracto donde las ventanas se mueven con libertad, sin que leyes de sujeción actúen en su colocación. Demasiadas ventanas, parece querer decirnos la casa. Su imagen de postín es muy distinta. La bella Müller será la respuesta a nuestro dilema. Esta hermosa construcción, nunca admitiría que en realidad esconde otra cara, ó mejor, sólo lo haría si fuese sorprendida por un fotógrafo indiscreto. Pocas veces hemos presenciado una fachada de mayor nobleza. Hija de la aristocracia, la Villa Müller nos muestra su mejor lado, como haría una actriz ante las cámaras. Sin embargo, es también verdad que pocas veces una obra de arquitectura se ha acercado tanto a lo humano.
Reconocido como un funcionalista, Adolf Loos muestra aquí el verdadero sentido de la expresión funcional. La función en este caso entendida cercana a la biología y a la psicología. Como si de una persona se tratara, la bella Müller. Fue elegante y distinguida. Ordenada y de proporciones perfectas, pero demostró también ser doméstica y familiar, anteponiendo la necesidad diaria como haría una madre esforzada ante lo cotidiano. Es en este caso, donde por primera vez se reúne en una única visión una realidad compleja. Todas las personalidades se juntan de una vez en una imagen, descubriendo algo que sólo está en la persona, la atención a múltiples perspectivas y personalidades, que en su reunión producen un conjunto complejo que únicamente a través del tiempo es posible descubrir.
Dos amantes se dicen el uno al otro: “Nunca dejarás de sorprenderme”… Esta frase garantiza su unión.
Señora Müller, un día de diario.
Juan Ignacio Mera