El oficio de profesor no es, como parece entenderse desde hace ya un tiempo largo, una carrera de méritos para labrarse un supuesto prestigio en un círculo reducido, y una colección de éxitos obligados, que lanzan a las buenas personas a un terrible hábito de duelos y traiciones.
El oficio de profesor es un servicio social, una tarea que tiene que ver más con el otro que con uno mismo.
En España se comente un error garrafal al limitar el número de empleados públicos en este sector, por dos motivos:
1. La enseñanza se resiente por falta de profesorado.
2. Profesores que se repiten y repiten sin parar, digamos, como un jardín con pocas flores, y, los profesores, como animales salvajes en una gran sequía se ven obligados a beber de un solo pozo, produciéndose en ese acto dramas humanos y pérdidas de amistades de por vida.
No sé quién transmitió la idea de que en la cadena alimenticia de la enseñanza pública (no sé en la privada), todo el mundo tenía que llegar al último escalón.
No sé quien dijo que todo el que enseña tiene que ser catedrático.
Un profesor, con un contrato razonable, sin incompatibilidades absurdas e hipócritas, que sea consciente que lo que hace bien es eso, enseñar, es lo que necesitamos.
No todos valemos para estar en tribunales, para encontrar conceptos de interés, no todos para dirigir unidades docentes.
No es más importante el que está en ese supuesto arriba. Aunque este sí tiene que estar más alerta, debe tener más preparación y por tanto más responsabilidad.
Ser catedrático, sentar cátedra, es una tarea dura, sin fin, fundamental, que se ha desvirtuado absolutamente en la mente de algunos.
Es, en esa pérdida de orientación en la que estamos, donde muchos dicen una frase alucinante:
“Me presento a esta oposición para hacer músculo”.
¡Horror, esto no es un gimnasio!
Esto es la Universidad.
Si te presentas a una oposición es porque consideras que, por el bien de la enseñanza,
Tú, debes pelear por la plaza a la que te dedicarás,
NO
para engrosar,
Tú historial,
Tú dinero,
Tú futura jubilación.
NO
para ir a dar clase después a,
no sé que Universidad,
de no sé qué prestigio.
Cuando te presentas a una oposición sabes que le quitarás la plaza a otro.
Es una lucha lícita, pero digamos la verdad.
No nos engañemos con la idea de que lo hacemos por deporte.
Juan Ignacio Mera