En contestación a Ricardo Bofill en sus consideraciones
sobre las Torres Blancas del Nº120 de la Revista Arquitectura – 1968
Recibo el encargo de la Revista Arquitectura del COAM que agradezco porque siempre he creído que desde hace ya unos años, se habla poco o muy poco sobre arquitectura.
Una réplica a las palabras expresadas sobre Torres Blancas por el arquitecto Ricardo Bofill.
Pienso que esto es porque enseguida nos enfadamos ante cualquier consideración, tal vez por la pérdida del sentido del humor colectivo que siempre debe acompañar a un intelectual.
Agradezco también que la revista siga existiendo, que haya resurgido, ya que esto abre la posibilidad de recuperar el debate y actividad mental.
Ricardo Bofill, se refiere a Torres Blancas desde una supuesta lejanía, como un turista que mira la obra desde fuera. Ricardo Bofill, nos describe la obra como una especie de castillo del organicismo que según él definió, Bruno Zevi.
Una obra importante, tanto que dice se convierte, en el edificio más bello que se construye en Europa en la fecha de su nacimiento, la de la Torre.
Ricardo Bofill nos dice que esta profesión iba entonces perdiendo su razón de ser, como al pintura, que Picasso llevó a su final.
Insisto: según él.
Y es entonces cuando nos trasladamos de Torres Blancas a la política y nos anuncia el fin de la socialdemocracia.
Y listo..
Sabía de antemano que no me iba a interesar el discurso de este arquitecto que sí, empezó bien, pero siguió mal y ahora ya no importa.
Sin embargo Torres Blancas continúa ahí, altiva, honrada, sucia, en un lugar ruidoso, mal acompañada, tan mal, que algunos de los arquitectos más conocidos de un momento se entretuvieron en decorar, en el peor sentido de la palabra, uno de los más absurdos edificios como es el que alberga el Hotel Puerta de América.
Ninguno, puede con la obra de Oíza.
Pero, seré breve.
¿Por qué es tan importante Torres Blancas?
¡Son tantas cosas!…
Simplemente con atender a su planta y ver cómo gira, y sin que nos demos cuenta la esvástica se destruye al llegar al oeste.
Entrar bajando apretando la torre contra el suelo demostrando su gravedad, para ascender por un laberinto de escaleras o en un ascensor redondo como no podía ser de otra manera, para internarnos en verdaderas casas jardín en altura.
Viviendas que no saben que están tan altas.
El edificio árbol, con un tronco fuerte y la savia en su interior que son sus instalaciones y sus comunicaciones.
El edificio orgánico, no por parecer un árbol sino por su rigurosa geometría como sólo exhiben los cactus y palmeras.
El edificio socialdemócrata que ventila sus vehículos con luz y aire natural, que reúne comensales en su cabeza con un comedor y reclama el deporte en uno de los remates más impresionantes que recuerdo, con el agua y la ausencia de vértigo.
Arte en estado puro.
No bello.
Ricardo Bofill dice:
“Afortunadamente hoy puede afirmarse sin mucho rubor que no sabemos con demasiada exactitud qué es el arte.”
Sinceramente, creo que Ricardo Bofill debería decir que no SABE él.
¡No señor Bofill!
La arquitectura no agoniza, porque los jóvenes y los mayores cuentan y contamos con ejemplos como Torres Blancas que nos dan una y otra vez claves suficientes para distinguirlo.
Con todo respeto.
Juan Ignacio Mera